miércoles, 19 de octubre de 2011

El Diablo

Se despertó en mitad del bosque.
Estaba solo, incluso el Sol le había abandonado.
Allí en El Bosque jamás había nadie, o eso era lo que parecía a simple vista.
Leyendas horribles había sobre ese lugar: miles de personas habían perecido entre aquellos árboles, las hojas habían sido testigo de masacres inhumanas, aquel césped había sido manchado de sangre innumerables veces.
Y en todas salía el mismo personaje.
En cuestión de segundos se levantó, y echó a correr sin ningún rumbo. Le recorrían la espalda gotas de sudor frío, fruto del pánico. Se tropezaba con sus propios pies.
Tenía miedo, no se atrevía a mirar atrás. Pero todos sabemos que la curiosidad mató al gato.
Miró por encima de su hombro, sin dejar de correr.
Y lo vió. Allí estaba.
Aquella sombra mirándole desde la distancia.
Siguió corriendo, pero le fallaron las piernas, tropezó y cayó de bruces al suelo.
Cuando se dio la vuelta, vio que aquella sombra estaba a sus pies. Mirándole, con unos ojos azules muy abiertos, casi desorbitados, le dijo:
"Perdiste"
Intentó gritar, pero no salía voz de se garganta.
La sombra sonrió ante esto, y dio un paso hacia él, lo justo para que la luz iluminara su rostro.
Palideció, no sentía las piernas, su corazón se paró, la cabeza le palpitaba y dejó de respirar...
Lo encontraron en las escaleras de la ermita del pueblo vecino, empapado en sangre y susurrando:
"Mis ojos, eran mis ojos"